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viernes, diciembre 29, 2006

Últimas noticias

Siguiendo la noticia que publiqué hace ya algún tiempo, están ya disponibles mis dos últimas aportaciones a yoescribo.com.

La primera, la historia corta "El estudio", es la misma historia que ya publiqué en su momento en este mismo blog, aunque en el formato de yoescribo.com, con lo que aquellos que prefiráis bajaros la obra completa en pdf para imprimirla o leerla en vuestro ordenador, pda o dispositivo móvil del tipo que sea, la teneis dispuesta en pdf para cuando queráis.

La otra obra, de la que también hablé en su día, se llama "Aviso para navegantes", y es la primera obra larga (120 páginas en este caso) que cuelgo en Internet. En este caso, también la he presentado al VI premio de novela de yoescribo.com, cuyo plazo de admisión finaliza el 15 de febrero de 2007. Como estoy interesado en ganar dicho premio (para algo me presento, ¿no?), voy a pasar a detallar un poco más las bases, de cara a que todo el mundo esté enterado. Con esto ni os estoy pidiendo el voto a ciegas, sin haber leído la obra, ni quiero que os sintáis de ningún modo obligados a votarme. Sólo quiero que quien sinceramente quiera votarme y crea que la obra debe ganar, pueda hacerlo sin problemas y sepa cuándo y cómo.

Como ya he mencionado, el plazo de inscripción del premio finaliza el 15 de febrero. Cada obra que se presente al premio debera haber sido ya subida al portal por su autor para dicha fecha, aunque no hace falta que esté disponible para descarga, basta con que esté en proceso de maquetación. Por esta razón, el proceso de votaciones no se lleva a cabo de forma inmediata, para dar tiempo a que las obras presentadas que aún no hayan sido maquetadas, tengan las mismas posibilidades que las que ya estuvieran disponibles para descarga antes de la finalización del plazo.

Una vez culminado el proceso de reccepción e inscripción de obras, empezará el premio en sí, cuyo periodo más significativo, de cara a los usuarios del portal, será el comprendido entre los días 1 y 31 de marzo, momento en el que los lectores podrán votar a sus obras favoritas. Una vez pasado el mes de marzo, no se admitirán más votaciones.

El fallo del premio se decidirá a partes iguales entre los votos de los lectores y el criterio de un jurado elegido al efecto y formado por varios profesionales del mundo literario, miembros de la Fundaciín Cabana (creadora e impulsadora de yoescribo.com) y la escritora que ganó la última edición del premio. El fallo definitivo se dará a conocer el día 19 de mayo de 2007, en las páginas del propio portal.

Eso es todo, más o menos resumido. Aunque suene a tópico, espero que gane el mejor, pero no voy a negar que espero que el mejor sea yo. Eso, aparte de a los miembros del jurado, les corresponde juzgarlo a todos aquellos que lean la novela y crean que debe ganar.

Por lo demás, todo sigue igual en mi pequeño mundo literario. Dentro de algo más de una semana se cumplirán ya cuatro meses desde que aquel agente liteario que comenté se pusiera en contacto conmigo, y aquí sigo yo, esperando. De todos modos, no cuento la mayor parte del mes de diciembre entre esos cuatro meses, teniendo en cuenta que son malas fechas, y no sólo por las fiestas navideñas. No he seguido su actividad, pero atendiendo al hecho de que el tipo que me escribió es editor, además de agente literario, la época navideña y los meses anteriores a ésta son fechas de mucho trabajo y de muchas novedades literarias, que hay que aprovechar el tirón de Papá Noel y los Reyes Magos.

Sin más, me despido hasta el próximo artículo. Un saludo a todos. Feliz Navidad y próspero año nuevo. Yo espero que 2007 sea por fin mi año.

martes, diciembre 19, 2006

Etreum, la biblioteca del destino

Ese es el título de la primera novela de J. M. S. Gamboa, autor de mi blog amigo Diario de un escritor, que podréis encontrar en http://diarioescritor.bitacoras.com. Empezó su blog hace menos de un año para dar a conocer al gran público su novela Etreum, la cual llevaba ya un tiempo moviendo, como buenamente podía, entre diversas editoriales.

Hace poco os hablé ya de él y su novela, y comenté que había sido seleccionada por una editorial, llamada Actéon, que la iba a publicar. Pues bien, la novela ha sido ya publicada, tras dos presentaciones bastante exitosas.

Os recomiendo que no dejéis escapar esta novela, una gran primera novela, que merece la pena leerse y merece llegar a la mayor cantidad de gente posible. Sé que está disponible en los establecimientos de La Casa del Libro y desde la web de la propia editorial, http://www.acteoneditorial.com, aunque supongo que estará disponible también en otras librerías.

En fin, no dejéis que se os escape. Puede ser un gran regalo para estas Navidades.

sábado, noviembre 11, 2006

Otra novedad

Sólo unas pocas líneas para anunciar que he dado un pequeño paso más en la publicación de mis obras en internet. Después de decidir por enésima vez que no me fio de los premios literarios de este país, he decidido que me voy a presentar a uno.

¿Locura? ¿Cruce de cables? ¿Trastorno en general? No exactamente. He decidido presentarme al único premio al que, a día de hoy, doy alguna credibilidad: el premio de novela de yoescribo.com.

Es el único premio del que me fio algo porque he visto ganarlo en los últimos años a gente como yo, que luchaba por darse a conocer, mientras el mundo editorial no les daba una oportunidad. Hace tiempo que tenía terminada una novela que, a pesar de gustarme mucho cómo resultó, se sale mucho de lo que habitualmente escribo, que tira más por el misterio y/o la ciencia-ficción.

El plazo de admisión de obras para el premio va desde el 1 de diciembre de 2006 hasta el 15 de febrero de 2007, pero como tardan unos 21 días en maquetar y subir cada obra que se les envía, he decidido enviarla ya y tenerla lista justo para cuando empiece el plazo. Una vez leí que a un premio literario conviene enviar los manuscritos lo más cerca posible del comienzo del plazo, momento en el que aún se encuentra al jurado fresco y con ganas de leer. Dicen que si envías algo a última hora, corres el riesgo de que los miembros del jurado estén más quemados y tiendan a eliminar manuscritos con más ligereza. No sé si será verdad o no (prefiero dar al menos el beneficio de la duda a los jurados), pero es una práctica que siempre he seguido.

El premio se decide entre el jurado y los votos de usuarios que las obras presentadas reciban entre el 1 y el 31 de marzo. No voy a pediros el voto (por lo menos no sin leer la obra) pero sí que participéis y votéis por mi obra si consideráis que debe ganar.

La obra se llama "Aviso para navegantes", tiene 120 páginas y éste es el resumen que aparecerá en yoescribo.com cuando la obra esté ya subida:

Aviso para navegantes” es la retrospectiva de un treintañero que decide hacer un resumen de su vida en clave de enseñanza para quien lo quiera leer. Cuenta la vida y “aventuras” de un adolescente de los 80, con todo lo que ello implica. Los juegos de la infancia, el descubrimiento del sexo y el amor, la búsqueda de la propia identidad y la vocación. Narrado en primera persona, cubre desde que el protagonista tuvo uso de razón hasta su llegada a la universidad, pasando por todos aquellos episodios que marcaron su vida y forjaron su personalidad.


Como podéis suponer, no voy a publicar aquí la obra, porque con lo larga que es tardaría mucho si quisiera hacerlo en capítulos. Cuando la obra esté en yoescribo.com, publicaré un enlace para que podáis leerla.

Eso es todo por hoy. Saludos a todos.

P.D: Si alguno lo ha pensado cuando ha leído el resumen, la obra no es una autobiografía. Tanto el personaje como la mayoría de las situaciones que vive son inventadas. No negaré que para alguna cosa me he basado en mí mismo, pero se puede decir que el personaje es un 5% yo y un 95% original.

martes, noviembre 07, 2006

Hoy un poco de publicidad

Podéis estar tranquilos, no voy a venderos ni un coche (que no tengo) ni sellos para que os forréis, ni nada de nada, sólo voy a hacer publicidad de un blog amigo (que los que hayáis reparado en mis vínculos conoceréis) y que merece mucho la pena.

Es el blog de José M. S. Gamboa, otro asiduo escritor de yoescribo.com y recientemente agraciado con la llamada (no la del ahorro esa del anuncio de la tele) de una editorial. El muchacho (no conozco su edad, así que de momento, le llamaremos muchacho) llevaba ya un tiempo tratando de dar publicidad a su novela Etreum, principalmente gracias a su blog, y ha surtido efecto. En breve, presumiblemente para la campaña navideña, la editorial catalana Actéon publicará su novela, bajo en título de Etreum: La biblioteca del destino.

Desde aquí os animo a los que soléis visitarme (que últimamente sois poquitos) a que no dejéis de hablar de esta novela con todos aquellos a los que conocéis y que gusten del género fantástico, en el cual se incluye. Más adelante actualizaré la información con la fecha de publicación, aunque si queréis saberlo todo de primera mano, sólo deberéis acercaros por http://diarioescritor.bitacoras.com

Por mi parte todo sigue como hasta ahora. Esta semana se cumplen ya dos meses desde que el agente literario que comenté se puso en contacto conmigo, así que supongo que estoy dos meses más cerca de tener una respuesta. Por lo demás, la escritura sigue su curso y yo sigo con la novela con la que estaba, que va camino de ser larga.

Antes de que se me olvide, tengo que agradecer especialmente a todos aquellos que han estado leyendo mis escritos en yoescribo.com. De vez en cuando, echo un viztazo a mis obras y he visto que tengo dos en la lista de las más leídas de los últimos seis meses, en sus respectivas categorías. Una es la primera novela corta que publiqué en yoescribo.com, llamada "¿Quién dijo miedo?", que, después de un año, sigue entre las más leídas. La otra es "Invasión", la que publiqué en este mismo blog por capítulos, y que también se mantiene entre las más leídas. Una vez más, gracias a todos.

Pues nada más por hoy. Buenas noches y hasta la próxima actualización.

martes, octubre 31, 2006

Un nuevo texto

Hoy, aprovechando que mañana es fiesta y que no voy a celebrar el Halloween ese, he decidido dar un repasillo a mis textos, con idea de añadir alguno a yoescribo.com y tal vez a este blog. Al final, después de darle un par de vueltas, me he decidido por una historia corta, de unas 10 páginas, que escribí hace tiempo. Se puede decir que es uno de esos textos que sé positivamente que nunca van a ganar un premio literario en este país (de hecho, ya lo he presentado a dos o tres), así que me apetece compartirlo. No voy a explicar cuál es le género del relato, ya que en cierto modo, podría llegar a destrozar el final, que es una de las mejores partes, a mi entender, de la historia.

Otro caso será cuando lo suba a yoescribo.com, que tendré que subirlo a la categoría más adecuada. De momento, lo dejaré disponible aquí, mientras en yoescribo.con lo maquetan y suben, tarea que puede llevar varias semanas.

Por lo demás, todo sigue como siempre. Yo sigo esperando una respuesta del agente que se puso en contacto conmigo (de esto hace ya mes y medio), manteniendo vivas todas las ilusiones. Hace tiempo que tengo la paciencia bastante entrenada, así que lo llevo relativamente bien.

Espero que os guste el relato. En principio pensé en publicarlo en dos partes, pero tampoco es demasiado largo y al final lo voy a publicar todo junto. Va ser un gran post, sí señor.




EL ESTUDIO

Hoy, después de un año, vuelvo a esa maldita casa. Sé que no está bien que hable así de la casa de mis padres, máxime cuando ellos aún viven en ella, pero es algo que no puedo evitar.

Hace ya un año que me independicé —uno de los momentos más felices de mi vida— y a pesar del tiempo transcurrido, aún me siento bastante inquieto cuando pienso en los últimos años que pasé en casa de mis padres. Todos hemos visto alguna vez uno de esos documentales y películas en las que aparecen casas encantadas, o al menos casas que sus dueños creen encantadas. Hasta hace unos años, yo siempre me había reído de esas historias, cuya autoría atribuía a gente que se aburre y necesita dar la nota de alguna manera. Hasta que empecé a notar cosas raras que no podía explicar.

Todo empezó sin previo aviso, y sin una causa que yo pudiera identificar. Un psicólogo con toda seguridad me habría diagnosticado algún tipo de crisis de ansiedad, pero en mi vida no había en esos momentos nada que pudiera justificar tal ansiedad. La primera vez me pilló de sorpresa, un día normal en el que no había ocurrido nada. Cuando todo empezó, yo estaba en la cama, pensando un poco como suelo hacer siempre antes de dormir.

Sentí de repente como si unas manos me recorriesen todo el cuerpo desde la cabeza a los pies y me quedé paralizado en el sitio. Intenté moverme por todos los medios pero era como si esas manos invisibles tuvieran la fuerza de veinte hombres haciendo presión sobre mi cuerpo. Intenté también gritar como si me fuera la vida en ello, pero no llegué a emitir ni el más mínimo suspiro. Hasta aquí, no hay nada que diferencie esa experiencia de los típicos sueños que aparecen en los libros de psicología y psiquiatría. Salvo el hecho de que ni ahora, después de haberle dado vueltas durante un año, estoy seguro de si estaba despierto o dormido cuando ocurrió. La lógica me dice que tenía que estar dormido, pero no puedo recordar el momento en que se supone que desperté. Recuperé la movilidad y el habla sin saber cómo, y sobre todo, sin la sensación de estar despertando de un sueño. Durante todo el tiempo fui incapaz de ver nada o abrir los ojos —no sabría precisarlo— pero en todo momento estuve seguro de seguir despierto. Una vez que todo hubo pasado, me encontré mirando al techo de mi habitación con la poca luz que se filtraba de las farolas de la calle y con un ligero dolor de cabeza. Pasé varios minutos en esa postura y sin poder dormir, más que nada por miedo a que el extraño suceso volviese a ocurrir. Al cabo de un rato volví a dormirme y el resto de la noche transcurrió sin novedad.

La misma situación se repitió sin variaciones durante un par de semanas. La historia se repetía una y otra vez: mientras intentaba dormirme o me adormilaba, unas manos me recorrían el cuerpo y al final recuperaba el control de mis funciones sin tener sensación de haber estado durmiendo. Pasé todo ese tiempo “ejercitando” mi mente cada vez que las manos invisibles me recorrían. El “ejercicio” consistía en concentrar todos mis pensamientos en alejar al “ente” que me atormentaba. Para esa época ya había dejado de pensar en esa situación como una pesadilla y había comenzado a atribuirla a un “ente” que no podía identificar. Mi formación académica de ciencias debería llevarme a descartar las explicaciones paranormales, pero también creo que he leído suficientes novelas fantásticas y de terror como para que me hayan influido. Cuanto más luchaba contra la presencia que sentía, o al menos creía sentir, más me convencía de que no era un simple sueño.

El sueño, o lo que quiera que fuese, continuó evolucionando con cuentagotas. Se fueron sucediendo los cambios, pero siempre cada mucho tiempo y con cambios pequeños cada vez.

El primer cambio notable tuvo lugar cerca de tres o cuatro meses después de empezar todo. Fue notable, y también bastante puñetero. La noche comenzó bien, o tal vez debería decir mejor que bien. Para mi sorpresa, conseguí dormirme sin más, sin manos que me recorriesen y sin parálisis. Hasta aquí todo era bueno y parecía que la noche me iba por fin a ser favorable, pero me esperaba la peor de las posibilidades, la más descorazonadora.

Me desperté de repente, entre veinte y treinta minutos después de haberme dormido, sobresaltado como si hubiera tenido una pesadilla, aunque no recordaba ninguna. Esa situación no debería ser extraña, pero a mí, acostumbrado a dormir siempre de un tirón y sin darme cuenta, me resultó cuanto menos intrigante. Me quedé despierto unos minutos mientras intentaba hacer memoria y ver si era capaz de recordar qué me había sobresaltado como para despertarme de esa manera, pero fui incapaz de recordar nada, por lo que al final me di la vuelta e intenté dormirme de nuevo.

En contra de mi habitual costumbre de caer dormido con gran facilidad, pasé unos cuantos minutos —en mi cabeza calculé unos diez— intentando dormir de nuevo. Tras ese tiempo, no sólo no conseguí volver a caer dormido, sino que además la sensación familiar de tener unas manos recorriéndome volvió con más fuerza. Además, si hubo un momento en el que estuve seguro de estar despierto mientras todo ocurría, fue justo esa noche. Las vueltas que había dado en la cama durante los diez minutos en los que me había afanado en retomar el sueño me habían desvelado y me habían dejado con la sensación de que no iba a conseguir dormir en toda la noche. La situación evolucionó como de costumbre, con parálisis y silencio forzoso incluidos, aunque duró mucho más de lo habitual, yo diría que casi el doble. Pasé todo el tiempo concentrado al máximo en alejar al “ente” de mi lado, gritando en mi mente que era más fuerte que él y que se fuese. Cuando vi que aquello no funcionaba y que la sensación de ansiedad se hacía más intensa que en otras ocasiones, pasé a los insultos y a llamar a mi “ente” de todo menos bonito.

Desde ese día, la nueva situación pasó a ser la habitual, e incluso parecía como si cada vez se añadiesen unos pocos segundos al invisible toqueteo. A pesar de todo, y gracias sobre todo a que, por mucho que durase la experiencia, al final siempre lograba dormirme, conseguí mantener la cordura durante el día. De hecho, el trabajo, mis amigos y el resto de pequeños detalles del día a día hacían que cada mañana lo olvidase todo. Sólo lo recordaba poco después de meterme en la cama, y no tardaba en ponerme al día. Con el tiempo fui mejorando mi técnica mental de alejamiento del “ente”, y fui logrando que la duración del tocamiento, o lo que en realidad fuera, se redujera día a día un poquito. Parecía que empezaba a controlar la situación y era cada día más capaz de conseguir salir de ella con rapidez.

Así pasé el tiempo, toreando cada noche la nueva situación hasta que, de nuevo sin previo aviso, volvió a mutar, como si del virus de la gripe se tratara. Aunque esa vez no fue un cambio tan significativo ni perdurable, sino sólo algo que creí ver.

Para entonces, había mejorado mucho mi capacidad de concentración, y era capaz de dominar la ansiedad del momento hasta el punto de que me limitaba a dejar pasar el tiempo mientras me entretenía en insultar a mi amigo el “ente” o llenar mi cabeza con el mayor número de estupideces intrascendentes que me venían a la mente en ese momento.

Una noche, el nivel de concentración llegó a tal punto que la habitual ceguera que acompañaba al tocamiento y la ansiedad dio paso a un montón de sombras difusas. Era como un ciego al que hubiesen operado y que empezaba a recobrar la vista. En ese momento, vi una figura, que identifiqué como masculina, que me miraba desde el fondo de una especie de cueva. La experiencia duró sólo unos pocos segundos, por lo que no pude fijarme en ningún detalle más ni forzar la vista lo suficiente como para ver mejor al extraño personaje. Si fuese uno de esos fanáticos del fenómeno ovni, me habría fijado en si era uno de esos personajes cabezones de piel gris y tres dedos en las manos, pero nunca lo he sido.

Vi algo. No sé qué o quién era, pero estoy seguro de que me vigilaba. Y lo que es más me intrigó fue que no me estaba tocando, a pesar de que yo aún sentía las mismas manos extrañas de siempre. Y todavía no he logrado quitarme de la cabeza la imagen de la silueta, alta y fornida.

A partir de entonces, intenté durante muchos días mantener el mismo nivel de concentración y ver de nuevo la silueta, la cueva —o lo que fuera—, o cualquier otra cosa que me diera alguna pista, pero fui incapaz de volver a ver nada. Era como si el “ente” se hubiera dado cuenta de que me estaba acercando demasiado y se hubiera esforzado en bloquear mi mente. Mi concentración seguía permitiéndome sobrellevar la ansiedad y la sensación de estar viviendo una experiencia paranormal, pero no volvió a llevarme más allá. Y además, en poco tiempo dejó de servirme, cuando todo empezó a moverse a mi alrededor.

Esa fue la última variación en mi experiencia misteriosa, y la más espectacular. Como en las otras ocasiones, pasó de un día para otro sin posibilidad de haberlo adivinado con anterioridad. De repente, seguía sintiendo las extrañas manos, pero ya no me recorrían el cuerpo, sino que lo agarraban y lo movían. Como no era capaz de abrir los ojos, todas mis ideas sobre esos movimientos se basaban en conjeturas y sensaciones. La sensación de movimiento, de estar siendo transportado de un sitio a otro por el aire, era muy notable y no tenía ninguna duda de que eso era lo que estaba ocurriendo, a pesar de no tener pruebas visuales. En esos días empecé a dejar de pensar en un “ente” para dar cabida en mi cabeza a la posibilidad de los extraterrestres y una abducción. Comencé a pensar que tal vez, de una manera extraña, la sensación de unas manos recorriéndome no debía de ser otra sino las manos de unos médicos alienígenas examinándome y haciendo todo tipo de pruebas. La idea me hacía gracia, pero al mismo tiempo me aterraba, tal vez influido por todos los capítulos de Expediente X que he visto a lo largo de los años, algunos de ellos más de tres o cuatro veces.

Con la sensación de movimiento vino también otro pequeño cambio, positivo en parte pero también bastante puñetero. Por primera vez en varios meses, deje de experimentar los fenómenos extraños cada noche. Pasó de ser algo diario a ser aleatorio. Podía ocurrir cualquier noche y de igual manera que con las variaciones anteriores, no solía tener pistas para saber cuándo podía pasar y cuándo no. Lo único que llegué a descubrir era que los sábados por la noche no me ocurría. Deduje que con seguridad se debería a que los sábados por la noche —más bien domingos por la mañana— llegaba a casa con varias copas de más, lo cual propiciaba que me durmiese casi al instante nada más posar la cabeza sobre la almohada. Visto eso, pensé en tomar un par de copas —o tres— antes de ir a la cama cada noche, pero me echó atrás la posibilidad de tener problemas en el trabajo al día siguiente y sobre todo, lo que mi madre podría hacerme si me pillaba bebiendo en casa y encima entre semana. Como la mayor parte de la gente de mi edad y entorno, siempre he sido uno de tantos bebedores de fin de semana, y aunque mi madre siempre lo haya sabido, no creía que le hiciera mucha gracia descubrirme bebiendo entre semana.

Descarté el alcohol y decidí que lo mejor sería dejarlo ya por imposible y aprender a vivir con ello. La sensación de movimiento se transformó con el tiempo en una especie de vuelo —supongo que eso es lo que llaman viaje astral— y descubrí que no era tan desagradable como el magreo con el que todo había empezado. La arbitrariedad con la que se producía era también un detalle a favor de la despreocupación, máxime teniendo en cuenta que cada vez eran menos los días en los que sucedía algo.

Aún recuerdo el último día en que ocurrió. Fue una semana antes de que me fuera de casa, y todavía me sorprende cada vez que pienso en ello.

Todo empezó como en los últimos tiempos, con la sensación de que alguien me estaba agarrando con fuerza y me movía con el mismo ímpetu. El movimiento fue muy brusco esa noche y el vuelo aún más rápido. Pero lo más increíble no fue eso, sino que si saber cómo, mis ojos se abrieron de repente. No recuerdo haberlo hecho de forma consciente, sólo que se abrieron y me mostraron la escena más increíble que había visto jamás. Me encontré mirando a mis pies, que estaban perfectos y en su sitio al final de mis piernas, pero no en su sitio habitual en este mundo. Estaba levitando, a unos treinta centímetros del suelo. No había nada a mi alrededor, excepto los muebles de mi habitación. Ningún hilo, cuerda, “ente” o plataforma que me sostuviera en el aire. Estaba flotando sin saber cómo ni por qué ni quién o qué lo había hecho. Intenté moverme en todas direcciones e incluso hice un gesto instintivo para intentar bajar, aunque no estaba seguro de ser capaz de hacerlo. Todo fue infructuoso, así que al final decidí cerrar los ojos de nuevo y confiar en que al abrirlos todo volvería a la normalidad.

Volver a la normalidad me llevó tres aperturas y cierres de ojos, hasta que de nuevo me invadió la sensación de vuelo y arrastre y me encontré en mi cama como si nada hubiera ocurrido en realidad, aunque un dolor de cabeza bastante más fuerte que de costumbre me recordaba que algo había pasado. Aunque esa fue la última vez. Desde entonces nunca más he vuelto a tener ninguna sensación extraña o “sobrenatural” antes de dormir.

Hoy vuelvo después de un año de tranquilidad y ausencia de experiencias extrañas. Algo me come por dentro y sé lo que es. Después de haber pasado tanto tiempo de tranquilidad, no tengo ni idea de cómo podría reaccionar si me ocurriese de nuevo. Sigo convencido de que hay algo sobrenatural o extraterrestre en esa casa, y es posible que sólo haya estado aletargado durante este tiempo. No entiendo por qué era el único de la casa en sufrir los efectos de la presencia, pero estoy seguro de que algo había. Por suerte para mi y mi cordura, sólo voy a pasar un par de semanas con mis padres, mientras terminan unas obras en mi casa. Espero que no ocurra nada, y si ocurre, estoy preparado para lo que sea. Creo mi mente sigue siendo aún fuerte, aunque espero no tener que comprobarlo.

Ha llegado por fin el momento. Estoy frente a la puerta con mi maleta en la mano. Llevo ya casi cinco minutos acercando la mano al timbre y alejándola casi al instante, sin atreverme a llamar. He procurado no hacer ruido, no sea que mi madre —que parece estar en casa viendo la tele— me oiga y se acerque a comprobar si hay alguien en la puerta. No creo que supiera explicarle lo que estoy haciendo.

Esto es absurdo, no puedo esperar más. Sé que esto es algo que no puedo evitar y es mejor que lo haga cuanto antes. Aunque pudiera —de hecho, podría— no sería buena idea que me fuera sin más. Mi madre no tardaría en tratar de localizarme y me tendría un buen rato sometido a un interrogatorio que ni las fuerzas de élite de la Guardia Civil. Ya he pasado muchas veces a lo largo de mi vida por interrogatorios similares, y no quiero volver a hacerlo. Voy a acabar con esto, tengo que apretar el puñetero botón.

Ya está hecho. Oigo que mi madre se acerca a la puerta con tranquilidad, lo cual contrasta con mi acelerado rito cardíaco. Si tiene que ocurrir otra vez algo paranormal, no será hasta la noche, así que no debería estar nervioso ahora. Da igual, no puedo evitarlo, aunque sólo sea mi madre quien se acerca.

—Hola cariño, ¿ya has llegado? —como esperaba, es mi madre quien ha abierto la puerta.

—No, señora, no he llegado. Yo venía a ofrecerle esta enciclopedia de trescientos volúmenes sobre la cría del berberecho salvaje en cautividad.

—Pero que sinsorgo eres, anda pasa ya y deja de decir tonterías.

—¿Estás sola?

—Sí. Hoy tu padre trabaja en el turno de noche. Le hubiese gustado poder estar para saludarte, pero ha entrado a trabajar hace poco más de una hora.

—Bueno, tampoco es grave. Tengo un par de semanas para verle todos los días.

Son las doce de la noche. Llevo toda la tarde y parte de la noche dando palique a mi madre, más incluso que cuando vivía en esta casa. Por un lado, pienso que es absurdo esto de retrasar la hora de ir a dormir, pero por otra parte, no puedo evitarlo. Mi madre parece haberse dado cuenta de que pasa algo raro y no deja de preguntarme por qué no me voy a la cama. Creo que la excusa de la falta de sueño ya no va a colar una cuarta vez, así que supongo que ha llegado el momento de ir a la cama. No creo que duerma demasiado, pero tampoco puedo quedarme toda la noche despierto, al menos no en la sala.

—Bien, creo que es hora de ir a la cama. Parece que ya me va cogiendo un poco el sueño y yo sigo teniendo que ir a trabajar mañana, aunque no me apetezca nada. Hasta mañana.

—Vale hijo, hasta mañana.

Ya está liada. Me pongo el pijama y me meto en la cama. Sigo intranquilo y casi ni me atrevo a cerrar los ojos, pero tengo que hacerlo. Siempre he sido bastante hábil en el arte de relajarme y apartar las preocupaciones de mi cabeza antes de dormir, y espero que no sea menos.

Está pasando. He notado que me agarra de una de mis piernas y me cuesta horrores abrir los ojos. Hace un momento he logrado abrirlos durante un par de segundos, pero no he podido mantenerlos así. Noto la sensación de movimiento. De momento voy lento, pero noto que estoy acelerando poco a poco. Es la sensación de siempre, pero hoy parece que va a ser un viaje muy duro. Ni que fuera un viaje de LSD.

He podido abrir los ojos de nuevo. No sé dónde estoy, pero no es ninguna cueva como me pareció la otra vez. Es más bien como una especie de habitación, pero en nada parecida a lo que al menos hasta ahora conocía como habitación. Es un recinto con las paredes curvadas, dando la sensación de ser una especie de óvalo. Las paredes no tienen nada, ni ventanas, ni cuadros u objetos decorativos. Es lo más que puedo ver desde el suelo, que es donde estoy sentado. No puedo levantarme. Me siento muy débil, más de lo que recuerde haber estado jamás.

Parece que viene alguien.

—Bueno, parece que por fin has despertado. Espero que te encuentres con fuerzas suficientes, dentro de poco tendrás que presentar tu informe y hay mucha gente que depende de él.

—¿Informe? ¿De qué leches estás hablando? Y es más, ¿quién cojones eres tú?

Dios mío, no me lo puedo creer. Estoy hablando con un extraterrestre, y es justo como los describían en la tele y el cine, un tipo enano, asexuado y cabezón con grandes ojos negros, piel gris y sólo tres dedos en cada extremidad. Esto es más de lo que jamás habría imaginado.

—Vaya vaya, el famoso lenguaje grosero humano. Tranquilo, no te preocupes que dentro de poco se te quitará del todo, es uno de los efectos secundarios, pero por suerte no dura mucho.

—¿Efecto secundario de qué? ¿De vuestros experimentos? Así que es verdad eso de que visitáis la Tierra para hacer experimentos con nosotros.

—Uff, veo que aún no has empezado a recordar. Me avisaron de que de vez en cuando ocurren casos así, pero todavía no me había encontrado con ninguno. Dicen que hay uno de cada diez casos. Tú tranquilo, que todo volverá a la normalidad y en menos de medio ciclo habrás recordado quién eres.

—¿Quién soy? Yo sé quién soy. Me llamo Rodrigo Buendía.

—¿Pero tú te has mirado a ti mismo? No seas patético como un humano.

Ya no sé quién soy. He hecho lo que me han dicho y me he mirado. No sé si esto es un disfraz, un producto de mi imaginación o alguna táctica de control mental, pero esto no puede ser. Parezco uno de ellos, de los pies a la cabeza. Tengo los malditos tres dedos, tanto en las manos como en los pies, y la piel gris. No puedo decir nada de la cabeza, ya que no tengo ningún espejo en el que mirarme, pero no creo que desentone del resto del conjunto.

—Tranquilo, que no puede faltar mucho. De todos modos, te echaré una mano poniéndote en antecedentes. Tu nombre no es Rodrigo Buendía, al menos no en este planeta. Te llamas Zostar, y eres un guerrero del tercer ejército de las fuerzas del planeta Oa. Durante el último año, tu misión ha sido suplantar en la Tierra a un humano llamado Rodrigo Buendía. Mientras él estaba aquí, encerrado en una de nuestras celdas y dentro de una cámara de éxtasis, tu vivías su vida y recopilabas datos acerca de cómo nos ven los humanos y qué posibilidades tendríamos de cara a una posible invasión. Supongo que tu mente se ha metido tanto en el papel que ahora mismo no eres capaz de recordar quién eres. Bueno, se te veía muy ilusionado cuando te presentaste voluntario para la misión. Siempre te sentiste muy atraído por la Tierra y los humanos, pero supongo que todo pasará.

—Eso no puede ser. No sé que tácticas mentales estaréis usando, pero no vais a poder conmigo.

—Bien, será mejor que intentes dormir un poco. Tal vez cuando despiertes te encuentres mejor y lo hayas recordado todo. Tendré que cerrar la puerta, pero no te lo tomes a mal. No sabemos lo que podrías hacer mientras aún te creas humano, así que es sólo por tu propia protección. Mañana me lo agradecerás.

Acabo de despertar. Por fin recuerdo todo. Lo que me dijo Brekstar —ese es el nombre del tipo con el que hablé anoche— era todo cierto. Soy un agente de Oa y he pasado un año infiltrado entre los humanos para descubrir sus puntos débiles y cómo reaccionarían ante una invasión o ante las abducciones. Creo que la invasión no puede estar muy lejos. Teniendo en cuenta que hay humanos tan estúpidos para confundir una abducción con un fantasma o un “ente” —tengo que evitar la risa cuando pienso en esa palabra, “ente”— y otros que nunca creerán a los que aseguran haber sido abducidos, dudo que encontremos resistencia cuando lleguemos. Será todo muy rápido y 1también muy fácil.

En cierto modo, me dan algo de pena. Creo que he llegado a cogerles un poco de cariño.

FIN


viernes, septiembre 22, 2006

Pequeña actualización

Hoy me siento con ganas de echar la vista atrás, ya que no puedo, al menos de momento, adelantar noticias sobre lo que comenté en mi anterior post. Tiempo al tiempo y paciencia.

El caso es que hace un par de días, mientras pensaba en la posibilidad de publicar, empecé a recordar cómo, casi de la manera más tonta, empecé a escribir mi primera novela, la que ahora está en un posible proceso de publicación.

En realidad comenzó como un reto, quería ver si era capaz de escribir algo largo. Al principio me costó un poco, como a todos (supongo), pero poco a poco me fui soltando y al final acabé con un "tocho" de casi 400 páginas. Para más inri, es lo más largo que he escrito hasta el momento, aunque con eso no quiero decir que lo que he escrito después, que ha sido bastante, sea peor, pero no puedo negar que aquella primera novela superó todas mis expectativas.

A día de hoy, he escrito un total de cinco novelas, una serie de historias cortas como para formar un sexto libro y estoy en proceso de escribir otra novela más, aparte de que tengo un montón de ideas, todas anotadas en documentos de Word o en papeles varios, para escribir como otras siete u ocho novelas. Vamos, que mis neuronas no paran. Sólo me queda que, aparte de mis ideas, mi estilo y mi forma de contar historias gusten y ya estaría todo encaminado.

De todos modos, a pesar de ver más posibilidades que hace cuatro años, cuando empecé esa primera novela, tengo la paciencia más entrenada. Ya he pasado por el mandar cosas a editoriales y que ni siquiera te respondan o el presentarse a premios literarios (de los que cada día me convenzo más de que siempre están concedidos de antemano), por lo que ya he tenido que pasar antes por periodos de espera, más o menos largo, y llegar a casa cada tarde del trabajo con la esperanza de que haya una carta o un e-mail de una editorial. Eso no quita que, en caso de que llegue a publicar, no empiece a dar saltos de alegría o a gritar como un poseso el día que se confirme, pero ya he aprendido a tomármelo con calma.

Mientras tanto, yo sigo con mis historias. Cuando termine lo que estoy haciendo ahora, tengo pensado escribir algo corto, para despejar la cabeza, y probablemente acabe publicado en este blog y en yoescribo.com, como siempre.

Una última cosa antes de terminar: Si escribís y queréis tener la posibilidad de llegar a la gente, no puedo dejar de recomendaros yoescribo.com. He de reconocer que cuando publiqué ahí mi primera historia, no pensé que la pudiera leer mucha gente. La publicité un poco, con este blog y en los foros de yoescribo.com, y después de un año, me sorprende que sigue estando entre las obras más descargadas de su categoría (novela negra). Gracias a esa página estoy ahora soñando con la posibilidad de publicar, y veo que merece la pena. Aunque no me publicaran, me han dado la posibilidad de llegar a mucha más gente, y eso esatá muy bien.

Pues nada, eso es todo por hoy. A ver si la próxima vez puedo dar más noticias.

martes, septiembre 12, 2006

Nuevas noticias

Saludos a todos.

Siento haber dejado tan olvidado este blog, pero diversas circunstancias personales y algún que otro problema me han alejado de él. De hecho, últimamente no he escrito demasiado debido precisamente a esos mismos problemas, aunque recientemente he vuelto a hacerlo más o menos con la misma asiduidad que antaño.

Los que aparte de este blog seáis también habituales del blog amigo http://diarioescritor.bitacoras.com tal vez hayáis reparado en un comentario que dejé ayer mismo en el último post de dicho blog. Para los que aún no lo hayan leído, he aquí un pequeño resumen:

Si las cosas no se tuercen y la suerte me sonríe del todo (de momento, ha esbozado una pequeña sonrisilla) es posible que en un futuro, aún por determinar, deba cambiar el nombre de este blog o tal vez crear uno nuevo. Hace unos pocos días, recibí un email procedente de una persona que se presentaba a sí misma como agente literario, escritor y editor. Decía que había visto mis obras en yoescribo.com (sabía que hacía bien subiéndolas) y me solicitaba algún manuscrito que tuviera finalizado y un resumen de mis otros proyectos, en caso de que los tuviera. Adjunto al mensaje, llegó un documento de Word con información detallada de dos de los autores a los que representa y sus datos de contacto, para que pudiera pedirles referencias si lo deseaba.

Como es lógico, mi reacción inicial fue una mezcla de ilusión (nunca antes un agente se había puesto en contacto conmigo y no a la inversa) y de cierta desconfianza, motivada por las malas experiencias del pasado. Inmediatamente, me dispuse a verificar que la información fuera cierta y que dicha persona fuera quien decía ser (o por lo menos lo pareciera). Busqué en Google su dirección de correo y di con la página de la Agencia Española del ISBN, dependiente del Ministerio de Cultura, en la que aparecía dicha dirección, asociada a una editorial existente, curiosamente situada en un pueblo cercano a donde yo vivo. Esa fue la primera buena señal.

La segunda buena señal fue el email que recibí de uno de los autores que el agente había citado como referencias (el otro aún no me ha contestado). Confirmaba que conocía a la persona de la que le hablaba y que confiaba en él como agente, después de haber publicado con él su primera novela y estar actualmente moviendo la segunda por varias editoriales importantes.

Mi reacción no tardó en llegar y ayer mismo envié al agente una de mis novelas (concretamente la primera que escribí), junto con su sinopsis y un breve curriculum literario. Antes de que alguien lo comente, envié un manuscrito que tengo registrado, que nunca hay que bajar la guardia. De todos modos, la razón principal de que enviara precisamente ese manuscrito es que me siento muy orgulloso de él y es significativo de mi estilo como escritor.

Ahora ya sólo queda esperar pacientemente. Como esta historia podría llegar a truncarse o no llegar a buen puerto, no voy a dar más detalles de momento. Esa es la razón por que todavía no le he puesto nombres. Después de unas cuantas malas experiencias y de haber tratado con gente que, en la mayor parte de las ocasiones, ni responde, te hace ser más cauteloso con el tiempo. Aunque no puedo dejar de pensar que esta vez me han llamado a mí y no soy yo el que ha llamado. Eso tiene que significar algo, ¿no?

Y ya que hablamos de gente que llama y gente que no llama y cosas así, me surge una pregunta a la que he dado muchas vueltas en también muchas ocasiones. Yo entiendo que si una editorial no admite que se le envíen manuscritos no solicitados, no responda a éstos o que acaben en el cubo de la basura o como combustible para una chimenea. Lo que no entiendo es que haya editoriales (y he visto y sufrido ya unos pocos casos) que anuncian a bombo y platillo en su web que quieren que se les envíen manuscritos, pero que luego no responden nunca a algunos de ellos, ni siquiera con un simple acuse de recibo, que no resulta tan complejo. Y no estoy hablando de que no te hayan respondido después de dos o tres meses, que es más o menos la media de tiempo para recibir alguna respuesta, según mi experiencia, sino que pueden haber pasado siete u ocho meses sin que nadie se digne a decirte nada, ni siquiera si han recibido el manuscrito.

Hay que ver lo a gusto que se queda uno. Tenía ganas de soltar eso desde hace tiempo.

Bueno, esto... esto..., esto es todo, amigos. Espero que la próxima vez no pase tanto tiempo.

martes, abril 25, 2006

No es por criticar, pero hay cosas que claman al cielo

Esta mañana, cuando me disponía a coger el metro en mi ciudad (Bilbao) como cada mañana, una amable señorita me ha dado uno de esos panfletos que tan habitualmente nos encasquetan y que suelen terminar en la primera papelera de la estación. Para mi sorpresa, no se trataba de la habitual oferta financiera o la nueva tienda de los alrededores, sino de una pequeña colección de seis relatos cortos para leer durante el trayecto, como conmemoración (nunca es tarde si la dicha es buena) del día del libro.

No voy a escribir una disertación sobre por qué deberían hacer eso todos los días y no sólo cuando se acercan fechas señaladas (eso sería fácilmente buen material para otro artículo), sino sobre un detalle que me ha llamado poderosamente la atención y sobre el que no puedo dejar de hablar. Antes de que los afectados por mis próximas palabras se rasguen las vestiduras o entonen un "¿y este tipo quién es para criticarnos?", quiero dejar claro que mi intención no es desprestigiar a nadie, sino dar un pequeño tirón de orejas a quien sea responsable de lo que voy a explicar.

El caso es que he empezado a leer las historias con gran interés, hasta que he dado con una escrita por un paisano de Bilbao, conocido escritor de novela negra llamada José Javier Abasolo. Hasta el momento en que he leído su historia, que en líneas generales es interesante, había estado leyendo a buen ritmo, el cual se ha visto frenado en varios puntos del mencionado relato. Lo más significativo de la situación es que la historia en sí no resultaba árida, pero sí (y mucho por momentos) la redacción de la misma. Me he visto de repente sorprendido por un texto que, en algunos de sus párrafos, evidenciaba una preocupante escasez de comas, que obligaban a echar la vista atrás en ocasiones, para tratar de entender ese último párrafo escrito sin pausas. Yo puedo entender que un relato tan breve como ese (para quien lo quiera conocer, lo reproduzco al final del artículo) se puede llegar a escribir con rapidez y es susceptible de tener lagunas en la historia o hechos que se suceden con demasiada precipitación, pero no acierto a entender cómo puede pasar a estado impreso un relato que no resiste ni la primera revisión, aunque sólo sea por las comas. No voy a hablar del estilo del resto del texto, que me ha parecido correcto, pero sigo sin entender el banquete que el autor (o quien haya corregido el texto antes de su publicación) se ha dado con los signos de puntuación.

En fin, que lo que peor me sienta, aparte de haber lidiado con un relato breve más árido de lo que debería, es ver cómo a mucha gente (entre la que me incluyo) se le rechazan relatos revisados decenas de veces (en ocasiones tantas como intentos de publicación distintos), mientras esos mismos editores no dudan luego en editar a los autores conocidos o consagrados sin molestarse en corregir los textos o por lo menos ver si están ya corregidos. Alguien dijo una vez que hay autores que serían capaces de hacer un best-seller de su lista de la compra y es triste ver lo cerca de la realidad que esa afirmación se encuentra. No sé si esta reflexión debería ser tenida en cuenta por los editores, los autores, los correctores o todo el mundo en general, pero, como decía cierto personaje famoso en un libro no menos famoso: "Quien tenga oídos para oír, que oiga".

A continuación, paso a reproducir el relato en cuestión, tal y como ha sido publicado en el mencionado panfletillo, sin cambiar nada. He revisado el librillo al completo y no he visto ninguna prohibición expresa de reproducción, así que supongo que no estoy infringiendo las leyes de derechos de autor ni nada parecido. Si el autor o alguien relacionado con la obra lee este artículo y considera vulnerados sus derechos, que deje un comentario o me mande un e-mail a jorge.urreta@hotmail.com con las razones por las que deba retirar el artículo y lo haré gustosamente.

El asesino de la rosa negra

- José Javier Abasolo -


Ni en sus mejores sueños cinéfilos la inspectora Isabel Altube podría haberse imaginado que algún día llegaría a conocer a su ídolo, el director de cine español más premiado de los últimos tiempo, Laureano Fuentes. Pero tampoco sus peores pesadillas le habían avisado de la forma en que acabarían conociéndose.

Todo empezó con el estreno de la última película de Fuentes, en la que cambiando valientemente de registro, como afirmaron prácticamente la totalidad de los comentaristas, se había acercado con pulso firme y decidido al género negro. Era su primera película policíaca y pese a que sus detractores, que también los tenía, habían pronosticado que se estrellaría en el intento, no sólo no ocurrió así sino que todos los críticos tuvieron que reconocer no sólo su pericia como director sino su valentía y su acercamiento a la realidad desde el campo de la ficción, ya que el guión se basaba en unos crímenes reales que todavía seguían sumiendo en el desconcierto a la policía y en la intranquilidad a los ciudadanos.

El asesino de la rosa negra, su última película no sólo era un hermoso título para una brillante película, sino el apodo que los periodistas habían puesto a un misterioso criminal que había violado y asesinado a siete jóvenes y que tras perpetrar sus atrocidades dejaba entre los pechos ya inertes de sus víctimas una rosa teñida de color negro. En todos los periódicos del país se habían escrito cientos de páginas acerca no sólo de del caso sino también de la ineficacia de unas fuerzas policiales que meses después de que se iniciara la serie de crímenes seguían sin tener la menor pista. Era inevitable que llegara la película aunque nadie se hubiera imaginado que lo haría de la mano de Laureano Fuentes, un director de culto alejado normalmente de los círculos comerciales que acostumbraba a escribir en solitario el guión de sus películas.

El éxito fue total desde el mismo día del estreno. Gracias a El asesino de la rosa negra Laureano Fuentes, además de consolidarse como el mejor director español de todos los tiempos, se convirtió en el fenómeno mediático más importante del país. Hasta que la inspectora Isabel Altube, a la que por deformación profesional no le gustaba el cine de género negro, bastante crímenes veía todos los días como para solazarse con los inventados por guionistas de mente calenturienta, dejó de lado sus escrúpulos y decidió ver la última obra de su director preferido.

La película no la decepcionó ya que, como había aclamado la crítica y por una vez en la vida la crítica y el público opinaban igual, se trataba de una verdadera obra maestra pero a pesar de ello la inspectora salió de la sala completamente desazonada, con un extraño presentimiento. No quería precipitarse así que en lugar de tomarse un par de cervezas, como hacía siempre tras haber visto una buena película, se dirigió a la comisaría, a revisar los antecedentes de ese caso que había sido sepultado bajo la etiqueta de "autor o autores desconocidos". Los archivos le confirmaron lo que había sospechado. Lo que había visto en la sala cinematográfica era algo más que una película más, era una confesión en toda regla. Fuentes había incluido escenas, aspectos de la trama que eran auténticos pero nunca habían salido a la luz, tan auténticos que sólo podía conocerlos el auténtico asesino. No le fue difícil obtener otro tipo de confesión, una confesión más válida para presentar ante un juez. Laureano Fuentes había querido unir la realidad y el arte y eso fue lo que, según sus propias palabras, le convirtió en un asesino.

Sabía que seguramente sería su última oportunidad así que Isabel, antes de introducirle esposado en el furgón policial, le pidió que le firmara un autógrafo.

P.D.: Aparte de lo que decía de las comas comidas, creo que alguien debería decirle al autor que no abuse de la construcción "no sólo / sino", que tanto repite en la primera parte del relato.

lunes, abril 17, 2006

Capítulo 4 (y último)

Llegamos por fin a la conclusión de la historia, que en cuanto termine de subir al blog, subiré también a yoescribo.com, para aquellos que prefieran tenerla toda junta y en pdf. En yoescribo.com tardará un tiempo en aparecer, ya que tardán entre una y dos semanas en maquetar las historias que se les envían. De todos modos, aquí va el capítulo, para los que hayáis seguido la historia desde el principio. Espero vuestros
comentarios.




INVASIÓN (CAPÍTULO 4)

—No hace falta que te levantes —dijo Belfort en cuanto se dio cuenta de que Luis le había reconocido—, mejor que descanses.

—¿Qué coño ha pasado aquí? —preguntó Luis, entre sorprendido y asustado. No sólo no sabía qué hacía ahí encerrado, sino que además algo no encajaba si Belfort estaba allí.

—¿Recuerdas que te dije que sospechaba que algunos de los comerciantes eran colaboracionistas? Pues creo que olvidé mencionarte que yo sí lo era. Ya sabes, piensa el ladrón que todos son de sus condición.

—¿Colaboracionista? Yo diría traidor —exclamó un airando Luis—. ¿Qué te han prometido? Déjame adivinar, te dejan vivir tranquilo si tú les ayudas a descubrir a posibles traidores, ¿no?

—Me parece que has visto demasiadas películas de ciencia-ficción. Hay una cosa en la que no te mentí: sí que soy un comerciante.

—Entonces, ¿me vas a explicar esto? ¿No se suponía que íbamos a comerciar con un montón de cajas de Coca Cola? ¿Se puede saber qué estoy haciendo aquí? ¿Me van a torturar o acaso me quieren matar?

—Bueno, supongo que con el tiempo que te queda no hay sentido en que te oculte la verdad. Ahora sí que me parece que estarás mejor sentado. Historias así es mejor escucharlas cómodamente.

—¿Vas a dejar el misterio de una puñetera vez? Si voy a morir, quiero saber por qué.

—Vale, no pasa nada, nos sobra tiempo, que tengo buena mano con nuestros amigos los extraterrestres. No olvides que eres un privilegiado, de hecho, creo que eres el primero que va a conocer esta historia antes de morir.

—¡Basta! —gritó Luis, ya desesperado— ¡Dímelo ya de una puñetera vez!

—Bien, al grano. Como ya te he dicho, sí que soy comerciante, pero en realidad nunca he comerciado con Coca Cola, ni yo ni nadie. ¿Qué crees que podrían necesitar de nosotros unos alienígenas con una tecnología tan avanzada?¿Tornillos? ¿Gasolina? ¿Coca Cola? Algunos sois tan ilusos que me hacéis hasta gracia. Sorpresa, estos tipos no necesitan nada de nuestra patética tecnología, pero eso no quiere decir que no necesiten nada de nosotros. Por si aún no lo has deducido por ti mismo, te voy a dar un ejemplo para que lo entiendas. En este planeta, éramos la especie dominante y lo aprovechábamos comiendo pollos, cerdos, vacas y demás especies animales. Pues, para resumirlo en pocas palabras, ahora hay una nueva especie dominante en el planeta.

—¿Qué?

—Vamos a ver, ¿necesitas que te lo deletree? Venga, te lo voy a poner aún más fácil: si quieres, desde ahora te puedo llamar filete. Seguro que en toda tu vida nadie te ha llamado así.

—¡Maldito hijo de puta! —gritó Luis entre incontrolables llantos— ¿Cómo puedes hacer algo así? Retiro, lo dicho, no eres un traidor. Eres algo peor, pero no creo que aún se haya inventando la palabra para definirlo.

—Me gusta ver que todavía tienes espíritu combativo. Yo solía ser así, pero la guerra me cambió. Yo era soldado y estuve siempre en primera línea de fuego. Te puedo asegurar que después de ver morir cientos de compañeros en el campo de batalla, dejas de pensar en la victoria, tu país y todas las arengas patrióticas que hayas podido escuchar a tus mandos. No tardas en cambiar tus prioridades y ponerte por delante de todo y todos, y en poco tiempo, la supervivencia se convierte en objetivo prioritario. Yo fui hecho prisionero durante los primeros meses de contienda, cuando los Flang todavía estaban interesados en saber cosas sobre nosotros, y tuve la suerte de formar parte de un grupo al que respetaron bastante. Debido a eso, fui testigo de muchas atrocidades contra los demás humanos y descubrí también que nuestra carne les gustaba. Pasar de prisionero a mayorista cárnico para los Flang fue, a mi entender, un paso bastante lógico.

—¿Y para qué te iban a necesitar? —preguntó Luis, que había dejado ya de llorar—. Les he visto luchar desde que llegaron y he visto su potencial. Podrían ir a por nosotros cuando quisieran. ¿Para qué depender de traidores humanos para conseguir su alimento?

—Digamos que durante mi internamiento como prisionero también descubrí otro de sus pequeños secretos. Si dices que les has visto luchar, supongo que también habrás visto los aparatosos uniformes que usan. Pensábamos que eran un medio de protección, pero eran algo más: estos tipos no pueden respirar nuestro aire. Esa es precisamente la razón de que sus ciudades tengan una microatmósfera creada a imagen de la de su planeta. Por lo que puede averiguar, están tratando de transformar toda la atmósfera de la Tierra, pero van a necesitar mucho tiempo. Como puedes imaginar, compré mi libertad a cambio de un suministro continuo de carne y de guardar el secreto.

—Lo dicho, más que traidor. ¿Tenías información que podía llevar a la derrota de los Flang y la ocultaste?

—Creo que ya te he explicado lo de la supervivencia, pero te lo volveré a explicar. Tengo mis prioridades muy claras y después de sufrir derrota tras derrota, uno llega a ver bastante claro que ni ese detalle nos hubiera salvado. En pocos meses estaríamos todos muertos, y eso no entraba en mis planes. Todavía soy muy joven para morir

—¿Y yo no? —preguntó Luis entre sollozos— ¿Acaso yo no soy también joven para morir?

—No te esfuerces por intentar ablandarme, hace mucho tiempo que aprendí a no encariñarme con nadie. Además, mi madre me enseñó de pequeño que no había que jugar con la comida.

—¿Qué?

—Venga, vamos a dejarlo, que ya me estoy cansando de tanta historia y tanta explicación. Perdóname el chiste fácil. Al grano. Hay una nueva especie dominante en el planeta y ahora nosotros somos una especie inferior. Por suerte, entre los inferiores aún hay clases. Estamos los que hemos sido capaces de hacernos necesarios para los Flang y los que para ellos no sois más que simple alimento gratis. Como ya te he explicado, ellos no pueden respirar nuestro aire y por eso crearon las microatmósferas que se respiran en sus ciudades. Dependen de gente como yo para conseguir su comida especial. Pueden sobrevivir a base de pollo, cerdo o ternera como nosotros, pero nosotros somos su plato favorito.

—¿Cómo puede alguien traicionar así a sus semejantes? —preguntó Luis que ya lloraba desconsoladamente—. ¿Cómo has podido llegar a ser tan hijo de puta?

—Ya me he cansado —respondió Belfort—, que se hace tarde y se acerca la hora de comer de los Flang. Si te sirve de consuelo, creo que vas a ser el plato fuerte de una comida muy importante. Creo que viene de visita uno de los más famosos generales de su ejército.

Belfort se acercó a una pared y pulsó un interruptor. De repente, las paredes que retenían a Luis comenzaron a destellar de forma extraña. Unos segundos después, innumerables rayos salieron de ellas y fueron a entrar en su cuerpo, tras lo que perdió el conocimiento.

FIN

martes, abril 11, 2006

Capítulo 3

Ya falta menos...

Este el tercero de cuatro capítulos. Como podréis comprobar es corto, más que el anterior. En principio había pensado publicarlo como un sólo capítulo y dejarlo en sólo tres, pero releyéndolo he decidio cortar a la mitad, en el momento más interesante. A veces soy un poco cruel, ¿verdad?

INVASIÓN. (CAPÍTULO 3)

Media hora más tarde, Luis salía de la vieja base militar con la misma mochila que había cogido antes, pero con un contenido ligeramente distinto. A las cosas que había recogido, Belfort había añadido su bomba, que tenía aspecto de botella de Coca Cola, bebida que parecía volver locos a los alienígenas. Le había dado también las llaves de un hangar, para que escogiera un coche de los allí aparcados, el que más le gustara. Con dicho coche, se acercaría a una dirección que le había entregado, donde se encontraría con los comerciantes, quienes, para cuando él llegara, ya estarían al tanto de que quería unirse a ellos y tenía un buen cargamento de Coca Cola. Suponía que seguramente, le estarían esperando con los brazos abiertos, como así fue al final. Sólo eran tres hombres, cuando él hubiera esperado un grupo más nutrido, aunque, teniendo en cuenta que su propia ciudad estaba desierta, no le pareció tan raro.

No hubo que esperar mucho a que llegara el día de la negociación. Nada más unirse a la primera reunión de su nuevo grupo de amigos, Luis fue informado de que al día siguiente, a primera hora y sin perder un minuto, se acercarían a la ciudad Flang más cercana, donde les estaban esperando. Le extrañó un poco la prisa que se estaban dando y que nadie le hiciera ninguna pregunta, pero imaginó que en un mundo tan duro, con la humanidad herida de muerte, la burocracia había dejado de tener sentido. Se limitó a asentir a todo y en cuanto pudo, propuso organizar una pequeña “fiesta”. Entre las cosas que llevaba encima, había una botella de ron, producto extremadamente difícil de encontrar y que no gustaba a los extraterrestres. Si iba a ser su última noche vivo y la de todo el planeta, quería olvidarse de todo y coger una buena cogorza. A sus compañeros les dijo que quería celebrar su buena suerte y el hecho de haber encontrado la botella, y estos no se quejaron. El alcohol era un artículo de lujo, y nadie en su sano juicio decía que no a una invitación.

Al día siguiente, se despertó con una resaca bastante importante, debido a que la fiesta se había alargado hasta altas horas de la madrugada. A pesar de todo, el dolor de cabeza no era muy fuerte. Aparte de eso, antes de entrar en la ciudad iba a tomar un par de pastillas para evitar las migrañas provocadas por las medidas defensivas de los Flang, lo que le llevaba a pensar que tal vez la resaca también desaparecería. De todos modos, al mundo conocido le quedaban pocas horas de vida, así que una resaca más o menos no podía ser algo tan importante.

Desayunaron algo rápido y se dirigieron a la ciudad, en cuya entrada les esperaba una pequeña avanzadilla de los Flang. Luis nunca se había enfrentado cara a cara con uno de ellos, excepto con alguna que otra imagen de televisión, y la experiencia le resultó mucho más chocante de lo que jamás había imaginado. A lo largo de su vida, había conocido personas con rostros inexpresivos, pero los de aquellos tipos, si se les podía llamar así, se llevaban la palma. Sus ojos, como en las películas, eran grandes, pero ni eso les libraba de no mostrar expresión alguna. Eran pelotas negras que no decían nada, ninguna emoción. Por no decir, no decían ni en qué dirección estaba mirando su dueño.

—Buenos días —dijo Luis en cuanto llegaron al punto exacto en el que los Flang les estaban esperando—. ¿Alguien ha pedido unas cajas de Coca Cola?

Nadie respondió, cosa que no le sorprendió. Había llegado a sus oídos el rumor de que los Flang, aparte de expresividad en los ojos, también carecían de sentido del humor. De todos modos, él estaba especialmente nervioso, situación que siempre trataba de apaciguar hablando hasta por los codos.

—Vaya, parece que estamos un poco dormidos hoy, ¿no? —dijo Luis tratando de sonreír lo más posible—. Está claro que os hace falta la Coca Cola. Pero no os la bebáis toda de golpe, que la cafeína es mala.

—Creo que no le he entendido —dijo uno de los alienígenas, con la misma falta de expresividad que sus ojos ya mostraban.

—Perdone a mi amigo —dijo uno de los comerciantes. Luis creía recordar que se llamaba Marcos, pero sus recuerdos de la noche anterior aún nadaban en ron—. Es nuevo y no creo que haya tenido nunca trato directo con ustedes.

—De acuerdo —dijo otro de los alienígenas—, eso no importa. Que pase cuanto antes. No tenemos tiempo que perder en charlas.

—Vale, vale, ahora entro —dijo Luis, caminando mientras seguía tratando de sonreír y hacer bromas—. Seguro que vosotros dos sois la alegría de todas las fiestas. Deberías probar esas Coca Colas mezcladas con vino o algún licor, seguro que se os alegría un poco más el carácter.

Con la misma alegría, Luis entró en la ciudad, dando la espalda al comité de recepción. Aprovechando esa situación, metió la mano en el bolsillo, sacó dos pastillas, que eran la forma de administrar la “medicina” que le libraría de las migrañas, y se las tomó, tras lo cual su vista sed nubló de repente.

Cuando se recuperó, su resaca había desaparecido, de la misma manera que él, que ya no estaba en la entrada de la ciudad. Se encontraba dentro de una especie de celda de cristal, o de un material muy similar. Su primera idea fue golpear las paredes con todas sus fuerzas, pero estaba claro que aquel material no era cristal, aunque lo pareciera. A pesar de ser transparente, era también duro como el acero, con lo que sólo consiguió dañarse un pie y una mano, tras lo que decidió desistir y observar a su alrededor, para ver si era capaz de descubrir dónde estaba y por qué, aunque no tuvo mucho tiempo. Antes de que tuviera oportunidad de ponerse al día, se abrió una puerta. El sitio no estaba muy iluminado, por lo que Luis no podía ver nada a más de dos metros de distancia, y menos a los cinco o seis que le separaban de la puerta. Sólo podía ver una silueta que se acercaba, aunque no tardó demasiado tiempo en ver quién era. Se trataba de su viejo amigo Belfort, que había abandonado la bata blanca y ya no se movía entre tubos de ensayo en un viejo laboratorio militar.

viernes, abril 07, 2006

Capítulo 2

Después de unos días de espera, y confiando en que el primer capítulo haya gustado y haya llegado a mucha gente, he aquí la segunda parte. Tengo ya claro que van a ser cuatro capítulos, e iré espaciando los otros dos a lo largo de los próximos días, que quiero que a todos os dé tiempo a leerlos. Pues nada más, pasemos ya al capítulo de hoy


INVASIÓN (CAPÍTULO 2)

Pensando en el pasado y en cómo eran las cosas antes de la llegada de los Flang, Luis comprobó que sus pies le habían llevado hasta los aledaños de lo que en tiempos mejores era una base militar americana. A esas alturas ya no era más que un edificio en ruinas, del que nadie sabía cómo no se había caído aún del todo. Luis atribuyó el “milagro” al blindaje o tal vez sólo a la casualidad. De hecho, era extraño encontrar en pie construcciones tan altas como esa. En la era “post-Flang” lo más habitual era encontrar chozas baratas y mal construidas, por lo general por gente que apenas tenía con qué sobrevivir.

Llevado por una curiosidad un tanto morbosa, Luis decidió adentrarse en las instalaciones de la base, que carecían ya de puertas, verjas o cualquier otra medida disuasoria que impidiera entrar a quien quisiera. Siempre había vivido muy cerca de la base y apenas se había preocupado de mirarla un par de veces desde lejos, así que supuso que nada podía pasar si entraba y echaba un vistazo. Total, si el edificio se caía o alguna nave Flang despistada decidía terminar de destrozarlo, casi sería mejor para él. La pesadilla habría acabado.

Como ya esperaba, la entrada no presentaba ninguna medida de seguridad. Los animales de compañía escaseaban en aquellos tiempos, así que tampoco encontró “vigilancia animal”. Todo estaba justo cómo esperaba, deshecho o simplemente olvidado y con una gran capa de polvo. Los supervivientes de la zona habían hecho su agosto en la zona y no habían dejado ni las grapadoras. Poco había que ver, salvo alguna que otra rata, que eran de los pocos animales que aún se veían por doquier, y unas pocas máquinas que seguían funcionando, aunque todas estaban esperando que alguien pulsara un botón, moviera una palanca o tecleara algo. Luis pensó en salir sin más de allí y no seguir adelante, pero su curiosidad pudo con él. Ese complejo militar tenía seis edificios, y ninguno de ellos era pequeño. Además, ya no contaba con el dinero de su familia, en otros tiempos bastante adinerada, ni un banco al que pedir préstamos, por lo que se había visto obligado a sobrevivir dependiendo de la suerte y de si conseguía encontrar objetos abandonados, o comida olvidada en la nevera de alguien que hubiera dejado de existir. No tenía nada mejor que hacer, por lo que decidió seguir curioseando.

Al cabo de un par de horas había hecho ya un buen botín. Había cogido una gran mochila, seguramente olvidada por un soldado que no tuvo tiempo para huir o que huyó antes de no tener tiempo para hacerlo, y la había ido llenando con todos los objetos mínimamente interesantes que había ido encontrando. No era como para pensar en hacerse rico, pero sí para sobrevivir durante unos pocos meses. Alguno de los objetos que había encontrado eran muy escasos en la sociedad humana de posguerra, lo que le aseguraba hacer buen negocio. Los negocios entre humanos estaban prohibidos, y estaban obligados a tratar siempre con los Flang, aunque por mucho menos dinero. Llevaba consigo objetos muy valorados y en gran cantidad, así que decidió que era hora de volver a casa, o lo poco que aún quedaba de ella, y esconder el botín. Aún estaba recreándose en su suerte y su desbordada mochila, cuando oyó un extraño ruido en que hasta el momento no había reparado. Parecía provenir del piso superior, en el que suponía que no podía haber nadie. Había intentado acceder antes a ese piso, pero se había encontrado con que la escalera estaba totalmente destruida y que el ascensor no parecía funcionar. Por un momento, pensó en olvidar todo y seguir con el plan, pero la curiosidad pudo otra vez con él y no pudo evitar el impulso de buscar otra forma de acceder al piso superior.

—No te molestes en buscar otra escalera —dijo una voz proveniente del piso superior—, están todas destrozadas. El ascensor funciona, pero vas a necesitar una tarjeta de acceso. Parece que estos militares eran muy buenos poniendo medidas de seguridad y los ascensores son de las pocas cosas que han permanecido intactas. Espera ahí, que te lanzo mi tarjeta.

Luis miró arriba y pudo ver que la voz pertenecía a un hombre, de unos cuarenta años, que vestía una bata blanca y llevaba un portafolios en la mano. El hombre metió la mano en un bolsillo y sacó una tarjeta que lanzó hacía donde él se encontraba. Luis dejó la mochila en el suelo, agarró la tarjeta al vuelo y se dirigió al ascensor sin pensar. La curiosidad era ya insoportable. El ascensor tardó unos pocos segundos en subir, y Luis pudo encontrarse de frente con el misterioso personaje, que de cerca presentaba un aspecto bastante lamentable.

—¿Quién es usted? —dijo Luis.

—Me llamo Ricardo Belfort—dijo el hombre misterioso—. Trabajaba aquí como médico e investigador.

—Entonces, ¿también ha venido a ver si encontraba alguna cosilla aprovechable? Yo he encontrado unas cuantas cosas que me van a dar de comer durante un par de meses por lo menos.

—Te equivocas, amigo —dijo Belfort—, yo sigo trabajando aquí.

—¿Qué? Hace meses que nadie trabaja aquí, eso lo sabe todo el mundo.

—Bueno, todo el mundo no lo sabe. Aunque si te digo la verdad, me preocupaba más que no se enteraran esos que no son de este mundo.

—¿Qué?

—Los Flang, atontado, los Flang, que parece que sólo sepas poner cara de tonto. Llevo trabajando desde el principio de la guerra, buscando una manera de derrotar a esos cabrones, y creo que por fin hemos dado con ella.

—¿Qué?

—Oye, ¿tienes alguna otra palabra en tu vocabulario? Ya me estoy cansando de oírte preguntar siempre lo mismo.

—Vale, de acuerdo, pero no me negarás que suena tan inverosímil como aquellos mensajes piratas que la resistencia metía en televisión. Siempre decían que tenían el arma definitiva o que la victoria estaba cerca. Hasta entonces, nunca había oído la expresión “supremacía humana”, y te puedo asegurar que llegué a cansarme de oírla tantas veces.

—¿Y si te dijera que esta vez es la definitiva? ¿Y si te dijera que ahora podríamos eliminar a los Flang de un plumazo?

—Te diría que ya estás tardando en hacerlo. Si es verdad que tienes la solución para eliminar a los Flang, ¿por qué no se ha puesto todavía en práctica?

—Porque es difícil, amigo, muy difícil. Posiblemente la decisión más dura que ningún humano haya tenido que tomar jamás.

—¿Y eso por qué? ¿Acaso hay que destruir el planeta entero para poder destruirlos?

—Precisamente eso.

—¡Tú estás loco! —exclamó Luis con cara de sorpresa.

—Ojalá fuera así, pero no puedo mentir. Deja que te ponga en antecedentes. Al principio de la guerra, cuando aún no era una guerra de guerrillas y todos los ejércitos del mundo trataban de plantar cara a los invasores, me encargaron buscar su punto débil. Al principio contaba con un equipo de treinta personas, de las que ya sólo quedo yo. Durante todo el tiempo, la investigación se mantuvo en secreto, lo que nos libró de ingerencias por parte del enemigo o de la opinión pública humana, que sólo nos hubiera retrasado. Durante los primeros meses, cuando nuestros ejércitos todavía eran capaces de plantar cara, se logró, con mucha suerte, capturar uno de los pequeños cazas Flang, y nos encomendaron la tarea de averiguar todo lo que pudiéramos sobre él, aunque la prioridad era descubrir cómo destruirlos. Intentamos de todo, pero ningún material de la Tierra parecía afectarle, y colarse en sus ordenadores para inocular un virus informático en el sistema era una opción que dejábamos para las películas. Al final, cuando ya estábamos completamente desesperados, se decidió tirar la casa por la ventana y someter la nave a una explosión nuclear. Como en tiempos pasados, se escogió un pequeño archipiélago formado por tres islas deshabitadas y colocamos allí la nave y una bomba de varios megatones.

—¿Y qué paso? —interrumpió Luis.

—¿Te puedes creer que la jodida nave resistió la explosión? Al principio nos quedamos anonadados y no hacíamos más que tirarnos de los pelos, pero en poco tiempo, la situación cambió. Nada más descontaminar la nave, empezamos a estudiarla de nuevo y vimos que la estructura se había debilitado. No lo suficiente para destruirla, pero sí para hacer unos pocos rasguños. Nuestras siguientes órdenes fueron calcular la magnitud de la explosión que haría falta para destruir esa nave. Lo malo fue que descubrimos que una explosión así no sólo destruiría la flota Flang, sino que también reduciría el planeta a polvo cósmico. Para conseguir la potencia necesaria, tendríamos que juntar el uranio enriquecido de nuestras bombas con las células de energía de una nave Flang, que tienen gran potencia. Por suerte, el blindaje de la nave que intentamos destruir nos libro de comprobar este hecho antes de tiempo, aunque debo reconocer que ahora eso da igual.

—Entonces supongo que el plan se paralizaría, ¿no? —preguntó Luis.

—Me gustaría decirte que así fue, pero no te voy a mentir. Al principio, se decidió aparcar el tema y parecía que no se iba a usar la información que habíamos obtenido, pero hacia el final de la guerra, cuando ya dábamos todo por perdido, se decidió seguir adelante. Como diría un marido celoso, “si el planeta no podía ser nuestro, no sería de nadie”.

—Venga, ya está, ya hemos jugado bastante. Si no fuera por todo lo que ha pasado en los últimos años, ahora mismo te preguntaría dónde está la cámara oculta y cuándo voy a salir en televisión.

—No es ninguna broma. Créeme, nada me gustaría más que poder decirte que era todo mentira o un simple chiste. Es más, necesito tu ayuda. Necesito que alguien haga de terrorista suicida, y estoy desesperado.

—Sí hombre, en eso estaba pensando yo precisamente. ¿Y se puede saber por qué no lo haces tú mismo?

—Ojalá pudiera, no dudes que lo haría. Esa es la segunda parte de la investigación y la que a mí, como médico titulado, me correspondía. Además de buscar maneras de derrotar a los Flang en su propio terreno, también nos encargaron dar con un sistema para hacer frente a sus armas bacteriológicas.

—He oído hablar de eso. Pero me han dicho que no es nada y que sólo producen algo de dolor de cabeza. ¿Para qué tanto tío entonces?

—Porque no es sólo un simple dolor de cabeza. Los Flang son grandes expertos en todas las ramas de la ciencia y no tardaron mucho en mejorar nuestras técnicas. Al principio de la guerra, nos dimos cuenta de que ellos no estaban familiarizados con la guerra bacteriológica, por lo que se decidió usar ese conocimiento en nuestro provecho. Buscamos con ahínco cualquier virus, bacteria o sustancia química inocua para nosotros y que pudiera derrotar a los Flang, pero no fuimos capaces de dar con nada que les provocara más que un simple resfriado. Por desgracia, ellos fueron observando y aprendiendo, y no pasó mucho tiempo antes de que tuvieran éxito en lo que nosotros habíamos fracasado. Se dedicaron al cultivo bacteriológico de unos microorganismos que se encuentran en sus cuerpos, de una forma muy similar a nuestra “flora intestinal”. Hicieron varias pruebas y descubrieron que para nosotros eran mortales de forma fulminante, así que decidieron “suavizarlas” un poco. Las modificaron genéticamente y lograron que no fueran tan mortales. Una exposición breve, de no mucho más de una hora, te deja un fuerte dolor de cabeza que dura un tiempo, pero una exposición más prolongada es mortal de necesidad, aparte de ser una muerte lenta y dolorosa.

—Bien, pero sigues sin responder a mí pregunta de antes. Si tienes un remedio contra las armas bacteriológicas de los Flang, ¿cómo es que no vas tú mismo en persona Si todos vamos a morir cuando tu bomba estalle, ¿qué más da si vas tú?

—Deja que te lo explique. Durante bastante tiempo, la investigación fue rápida y bastante exitosa. Teníamos un montón de cobayas, entre todo tipo de animales domésticos y de laboratorio, pero no duraron mucho. Supongo que estarás al tanto de que apenas quedan ya animales de compañía en el planeta, entre los que murieron a manos de los Flang, que ni se molestaron en averiguar si eran peligrosos para ellos antes de matarlos, y los que terminaron perecieron de hambre o porque ya no eran capaces de valerse por sí mismos. Cuando ya era casi imposible continuar las pruebas con animales, decidí que pasaría directamente a probar mis experimentos con humanos. Mis compañeros ya habían muerto o desaparecido a causa de la guerra, así que sólo quedaba yo para hacer de cobaya humana, aparte de que no quería implicar a nadie más. Las primeras pruebas fueron prometedoras, pero no suficientes. Gracias a que aquí todavía quedaba material muy interesante, logré infiltrarme en una sociedad que comerciaba con los Flang y pude entrar en una de sus ciudades, protegida por una especie de microatmósfera dominada por las jodidas bacterias estas. Mi remedio, que se administra en forma de pastillas, funcionó, pero no como yo hubiera deseado. El dolor de cabeza apareció, no tan intenso como en el caso de un humano no tratado, y sólo duro un día. Estaba en el buen camino, así que seguí probando. Hace un par de meses estaba ya a punto de conseguir dar con la dosis perfecta de principios activos, pero tuve que dejarlo, después de que estuve a punto de morir tras mi última prueba. Mi cuerpo no puede admitir más productos químicos, como si estuviera al borde de la sobredosis. De hecho, me estoy muriendo poco a poco, y no creo que dure mucho más. Calculo que no duraré más de medio año.

—Genial, y supongo que pretenderás que yo me tome un cóctel de pastillas que podría matarme, ¿no?

—No, eso no pasará. Yo tuve que abusar de las pastillas para probar su eficacia y por eso estoy así, pero eso no te pasará a ti. Estoy seguro de que estas pastillas son las definitivas.

—Llámalo intuición, pero creo estar entendiendo que no has probado esas pastillas in situ, ¿no?

—Como comprenderás, las convulsiones causadas por la sobredosis no me dieron muchas oportunidades de andar para ir a una ciudad Flang. Pero estoy seguro de que tienen que funcionar.

—No sé, no lo veo nada claro. Yo nunca he sido un héroe y gracias a eso he llegado hasta aquí. He logrado sobrevivir a los Flang volando por debajo del radar y no dejando que me vieran, y no creo que esta sea una buena idea.

—¿Volando debajo del radar? ¿Y eso cómo? No creo que exista nadie que haya podido hacer algo así, con tanto control por parte de los Flang.

—¿Control? ¿Qué control?

—Pues cuál va a ser, este —dijo Belfort mientras levantaba la manga derecha de su bata y dejaba ver una pequeña herida—. Desde que todos tenemos implantado este maldito chip, no hay nadie que no esté controlado.

—Te equivocas —respondió Luis mientras él se levantaba también la manga—, yo no lo estoy

—¿Cómo puede ser eso? —preguntó Belfort mientras observaba con sorpresa el brazo del Luis.

—Digamos que he tenido suerte. Mi familia siempre tuvo un gran patrimonio, lo que nos permitió gozar siempre de unas cuantas excentricidades. Mi padre siempre estuvo obsesionado con las guerras, y sobre todo con la amenaza nuclear, lo que le llevó a construir un gran refugio nuclear, que sólo él y sus más allegados conocíamos. He pasado el último año y medio encerrado en el refugio y estoy seguro de que los Flang no tienen conocimiento de su existencia. Mi padre pagó mucho dinero a quien lo construyó para que nadie conociera la ubicación del refugio o que existía. Hoy mismo he decidido salir por primera vez. Sabía que la mitad del país está deshabitado, y no creía que pudiera encontrar a nadie, humano o Flang.

—¿Pero no te das cuenta? ¿No ves que eres la persona perfecta para entrar en una ciudad Flang?

—Seguro, y moriría en cuanto alguien comprobara mi chip. La muerte más rápida de la historia.

—Eso déjalo en mis manos. Creo que puedo extraer mi chip y ponerlo en tu brazo. Los Flang confían tanto en la infalibilidad de sus chips que no guardan registros de la gente que va a sus ciudades ni imágenes u otros detalles que identifiquen a cada humano y no estén en el propio chip. Podrías ponerte le chip de una rubia sueca estudiante de intercambio y no se darían cuenta.

—Sigo sin verlo claro. Como cualquiera, deseo que los Flang nos dejen en paz, pero no sé qué pensar. Me ha ido muy bien usando la táctica del avestruz y no me apetece asomar la cabeza para que alguien me la corte.

—Tú sígueme, que creo que tengo algo que puede hacerte cambiar de opinión.

Belfort empezó a andar y Luis le siguió sin hacer preguntas. Le siguió por varios pasillos hasta que llegaron a una sala pequeña, que en tiempos mejores debió de ser una sala de reuniones, ya que contaba con un proyector y una gran pantalla blanca, además de unas cuantas sillas y una mesa, en la que había una máquina de café tan mohosa que se notaba que llevaba años sin usarse. Belfort rebuscó en una estantería, mientras Luis se apoyaba en el marco de la puerta, hasta que se giró con una cinta de vídeo en la mano.

—¿Ahora nos vamos a poner a ver películas antiguas? —dijo Luis sonriendo— ¿Algunas vacaciones familiares?

—Siéntate —respondió Belfort de forma inexpresiva, mientras clavaba una mirada de reproche en los ojos de Luis—. Lo que vas a ver es verídico y muy serio. No es ningún chiste.

Luis hizo lo que le decían y se sentó sin decir nada, actitud que mantuvo durante toda la proyección, aunque en más de una ocasión tuvo que reprimir algún que otro grito de sorpresa.

La grabación no era un día de playa ni una excursión al campo, sino algo mucho más duro y difícil de digerir. Era una larga serie —cerca de dos horas— de grabaciones varias hechas por la resistencia durante los más de dos años de contienda con los Flang. Muchas escenas eran de batallas, pero la mayor parte reflejaban, de forma pirata y arriesgada, las barbaridades que los Flang cometían contra los humanos más desfavorecidos. Como si fuera el protagonista de “La naranja mecánica”, Luis tuvo que aguantar las dos horas de película, dura como pocas, sin rechistar. En cuanto se acabó y Belfort hubo encendido ya las luces, Luis tenía muy claro lo que iba a hacer: iba a mandar a los Flang al otro barrio, aunque eso implicara la destrucción de todo el mundo conocido.

—De acuerdo, ¿cuál es el plan? —dijo Luis con la voz entrecortada, por el enfado y unas incipientes lágrimas que trataba de evitar.

—Es muy sencillo —respondió Belfort—. Conservo parte del material con el que pensaba comerciar con los Flang, y eso debería bastarte para entrar en una ciudad. De mis amigos comerciantes me encargo yo. Les he hecho ganar mucho y viven de una manera bastante desahogada desde que me conocen, así que no creo que me pongan pegas cuando les diga que mi hermano pequeño quiere unirse a ellos. No deberás contar a nadie la verdadera naturaleza de tus intenciones, sospecho que algunos pueden ser colaboracionistas. Y por cierto, hermano pequeño, aún no sé como te llamas.

—Me llamo Luis Heredia.

—¿Heredia? ¿Eres hijo de Roberto Heredia? Pues sí que me puedo creer que tengas dinero. Pero bueno, eso ahora importa más bien poco. Sigamos con el plan. Lo único que debes hacer en cuanto te infiltres en mi gremio de comerciantes es ir a hacer una entrega. Por lo general, a nadie le gustan los dolores de cabeza que provocan las bacterias de los Flang, por lo que siempre envían a los novatos. De todos modos, tú ofrécete para hacer la entrega, que nadie te dirá que no. Como los Flang podrían llegar a detectar la radiación de una bomba grande, he tenido que preparar una versión más pequeña, que sólo contiene una tercera parte del material radiactivo contenido en una célula de energía Flang. Para que la explosión tenga el efecto devastador que espero, deberás detonar la bomba junto a una nave o, mejor aún, colocarla dentro de una. Supongo que los Flang no serán tan estúpidos como para dejar las naves abiertas, por lo que deberás acercarte más. Hazlo con mucho cuidado, sé de muchos que han muerto por sólo estornudar junto a las naves.